Cuando vi por primera vez a Sócrates, me dejó una profunda impresión. Había pasado por muchas luchas durante nueve años, viviendo en condiciones insalubres y espacios reducidos. Su delgada figura le hacía parecer casi sin vida, con cicatrices y deshidratación que le pasaban factura. Era difícil ver a una persona mayor pasar por tanto dolor mientras hacía malabarismos con otras responsabilidades.
Al día siguiente, fui a visitar a Sócrates, que estaba luchando contra varias enfermedades que habían afectado su frágil cuerpo. Su apariencia era alarmante con mejillas hinchadas y ojos hundidos. Me pregunté si mis palabras llegarían a él, ya que parecía demasiado débil para escucharlas. Sin embargo, encontré algo de consuelo en el hecho de que todavía mostraba interés en comer, lo que me dio un atisbo de esperanza para su recuperación.
Ya lo teníamos todo preparado para la visita de Sócrates al veterinario. Fue una experiencia nueva para mí y sentí un enorme sentido de responsabilidad. Realmente esperaba que las cosas le salieran bien a este animal de carácter fuerte. Desafortunadamente, los exámenes médicos revelaron una mala noticia: Sócrates tenía cáncer de huesos, lo cual fue completamente inesperado. Su pata trasera también estaba muy deformada, por lo que el veterinario decidió que había que amputársela.
Me aferré a la creencia de que había una manera de combatir el cáncer que se había apoderado de mi amado Sócrates. Sabía que sería necesario visitar al veterinario para que recibiera los cuidados adecuados que necesitaba para recuperar fuerzas y salud. Mientras le decía palabras de aliento, pude sentir que mi corazón se llenaba de determinación para ayudarlo a superar este obstáculo. Con el paso del tiempo, fui testigo de la mejora gradual de Sócrates: su cuerpo se hizo más fuerte, su pelaje recuperó su brillo y su peso aumentó constantemente. Su energía positiva fue contagiosa y me llenó de esperanza de un mañana mejor.
Formé una conexión especial con Sócrates durante su estancia en el hospital. Me aseguraba de visitarlo dos veces al día, una por la mañana y otra por la noche, y preparaba sus comidas con mucho cuidado y atención. La comida que le cocinaba no era comida normal para perros; fue un festín gourmet diseñado para satisfacer sus necesidades dietéticas específicas. Sócrates también pudo disfrutar del aire fresco y del paisaje al aire libre, algo que parecía disfrutar. Sin embargo, su recuperación no fue nada fácil y luchó contra fiebre y frecuentes episodios de diarrea durante dos largos días. Fue como un maratón interminable para el pobre Sócrates.
Me preocupaba que hubiera contraído otro virus más, pero decidimos trasladarlo a Los Ángeles para recibir un tratamiento rápido para su cáncer de huesos. Encontró una familia maravillosa que estuvo con él por el resto de su vida.
Los profesionales médicos optaron por no amputar la pata trasera de Sócrates debido a su avanzada edad y priorizaron su seguridad a largo plazo. A pesar de los obstáculos que enfrentó, Sócrates encontró la felicidad en la actividad básica de caminar, demostrando su determinación inquebrantable.